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Desde la primera gota de lluvia desvanecida del cielo que se adentra entre las rocas de las altas montañas, hasta la inmensidad del mar que acoge el caudal armonioso de un río en su desembocadura, toda la vida es reflejada en el curso fluvial.
Brota en un manantial fresco, rodeado de los cuidados y mimos de un bosque protector que sirve de cuna amortiguada y segura, donde el torrente salta travieso buscando su cauce desconocido y lleno de aventuras.
Desplegando su frescura entre las grietas y oquedades de unas cumbres azotadas por los vientos, el sol del amanecer y la soledad de un paisaje lejano, el río se nombra manantial y comienza su andadura en descenso, por valles apaisados, saltos vertiginosos y abruptas caídas.
Ese caudal va uniéndose a otros caudales que, con un discurrir semejante, conforman un lecho más profundo, otra textura y un movimiento sinuoso en la misma dirección.
Atraviesa bosques, se agazapa bajo los puentes, se colorea con los fondos y su vegetación, se alimenta de los sedimentos y un nombre lo identifica.
Luego se siente adulto, sereno y tranquilo. Ya no salta, ya no juega, sólo parece observar cómo las ramas de los árboles le reverencian, le dan sombra y le guían.
Así, hasta llegar a su fin, hasta penetrar su caudal en La Mar, una madre que recupera a su hijo después de toda una vida y se reencuentra para abrazarlo y sentirlo dentro de ella.
Reconoce tu propia vida, como un río que quiere crecer, nutrirse, adquirir conocimientos y experiencias, sabiendo que todo tiene un principio y un fin.
Fluye en el río de tu vida.